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lunes, 9 de noviembre de 2009

Más duro que el ciclismo #3

Con motivo del vigésimo cumpleaños de la caída del muro de Berlín, me había reservado para hablar de otro ciclista. Un ciclista alemán que se vió privado de su gran sueño. Aún así, Wolfgang Lötzsch es conocido como el ciclista que ganó a la Stasi.

La historia de Wolfgang Lötzsch es la del ciclista de la República Democrática Alemana (RDA) con más talento de los años setenta, que durante 17 años fue "controlado" por la Stasi, la policía secreta de la RDA, que elaboró informes de su vida cotidiana, transcripciones de escuchas, de seguimientos, de delaciones, que suman 2.000 folios. Lötzsch los ha leído todos. Sabe quién le espió, conoce con nombres y apellidos quién le traicionó.
Y en la más absoluta soledad, sin un maestro, sin asistencia luchó
contra los mejores "galgos" de la escuela deportiva de la RDA, pero Lötzsch consiguió una victoria tras otra, contra toda lógica, contra toda esperanza. La afición se enamoró de él, el símbolo de los pequeños triunfos del individuo contra la arrogancia del poder. El público aplaudía algo más que la victoria de un deportista.

Lötzsch nunca salió de la Alemania del Este, muchos lo intentaron a través del muro de Berlín y perecieron en el intento. Nunca se le permitió correr fuera de las vigiladas fronteras de una Alemania dividida. Es la primera historia que conozco, donde la bicicleta no significa libertdad. De hecho, Perico Delgado contaba que de niño no paró hasta conseguir una, porque deseaba ser como sus amigos, tener la misma libertad para viajar, para irse al río las tardes de verano. Y para Lötzsch, la bici era más que eso. Era y sigue siendo, su vida.

A los 17 años Lötzsch ("El Largo") podía aspirar a todos sus sueños. Los cazatalentos se refería a él como "el rey del ciclismo". Y a los 18 años sus tests fisiológicos y de resistencia eran superiores a los de Täve Schur, el campionissimo del Este, campeón del mundo amateur en 1958 y 1959 y repetido vencedor de la Carrera de la Paz. Lötzsch decía; "Yo quería ser del equipo nacional por el estatus que proporcionaba, porque me arreglaría la vida y para llegar a correr la Carrera de la Paz, los Juegos Olímpicos, el Campeonato del Mundo amateur: los tres grandes objetivos con los que se podía soñar en el Este".

A finales de 1971, Lötzsch es la gran esperanza del ciclismo alemán del Este para los Juegos Olímpicos de Múnich 72, disputados en el territorio más enemigo, donde toda medalla de oro sería una victoria del socialismo. Para cerrar su pase al equipo nacional, los directivos de su club local, el Karl Marx Sport Club, le convocan en otoño. Le acompaña su padre a la reunión. Él tiene 18 años; su padre, 71. El padre es un hombre que ha sobrevivido a dos guerras mundiales, sus ojos han visto desfilar delante de ellos la turbulenta historia de la Alemania del siglo XX. Por eso, cuando los jefes del club le sugieren a su hijo la conveniencia de afiliarse al Partido de Unidad Socialista de Alemania, salta disparado como un muelle. Y dice que su hijo sólo quiere hacer deporte, que le dejen tranquilo, y que además en la RDA no hay libertad de opinión ni de prensa.

Unos días después, en vísperas de un campo de entrenamiento en Bélgica, Lötzsch es expulsado del club por su "completa inestabilidad política". "Fue como si el mundo se hundiera bajo mis pies", recuerda Lötzsch, a quien se le cerraron de golpe las puertas del equipo nacional, de los Juegos. Debería haber sido el fin de su carrera deportiva, fue el comienzo de su leyenda (aquí empieza su historia).

El ciclismo es su vida, así que no abandonar. Lötzsch encuentra un hueco en una liguilla de empresas. Su única oportunidad. Corre sin ningún apoyo, con su vieja bicicleta, una pesada Diamant, fabricada en su propia ciudad. Mientras el sistema estatal de entrenamientos perfecciona el trabajo sobre los grandes talentos, a los que envía al extranjero, él se entrena solo en las colinas que rodean su ciudad. La furia es el motor que no le deja descansar. Gana todas las carreras de la liga de empresas. Se gana también el derecho a competir en los campeonatos nacionales y en la carrera de un día más importante, la Vuelta a Berlín. Disputada sobre el pavé del Tour de Flandes. La afición estalla y reclama su participación en los Mundiales. "¡Lötzsch a Canadá! ¡Lötzsch a Canadá!", gritan. El régimen, ridiculizado, cambia inmediatamente las reglas.

Lötzsch no irá al Mundial, pero cuantos más obstáculos pone el Estado en su camino, con más fuerza se entrena, con más determinación trabaja. En las carreras, se repite la consigna: todos contra Lötzsch. Se prohíbe a otros corredores hablar con él. A un ciclista que le dio la mano le expulsaron del equipo nacional. Y contra todos, Lötzsch sigue ganando.

En 1974 gana por primera vez la Vuelta a Berlín, también el campeonato nacional de carretera, la Vuelta a Sajonia. Pero la selección nacional le sigue vedada. El régimen se inventa reglas absurdas. Le obligan a salir cinco minutos después del pelotón, pero él alcanza al grupo y sigue ganando. Y lo más increíble: se gana a la afición. Se convierte en un héroe animado con pancartas, con cánticos, con gritos. "Pero el sistema siguió respondiendo de una manera brutal, cobarde", recuerda Lötzsch mientras lleva una mano a la cabeza pelada y pasa los dedos por una amplia cicatriz en su cráneo. En una carrera, en 1975, Lötzsch sufre una caída. Inconsciente, se queda clavado en el asfalto, la cabeza rota, sangrando. Nadie se detiene a ayudarle. El pelotón pasa de largo. Los coches le esquivan. Finalmente, en el último coche, el médico de otro equipo se detiene. Le transporta al hospital, donde permanece en coma varias semanas con el cráneo fracturado.

Cuando despierta, vuelve a entrenarse. Cuando está dispuesto para volver a correr, recibe un golpe más duro: la federación le suspende, no puede participar en ninguna carrera. El asunto Lötzsch ya ha alcanzado por entonces a los más altos niveles del régimen deportivo de la RDA. La Stasi ya ha empezado a trabajar. Hay momentos en que le espían no menos de 50 colaboradores no oficiales, los oídos de la dictadura del proletariado. Lötzsch, entonces, trata de huir al Oeste. En la Embajada de Bonn le dicen que pida permiso. Dos veces lo rechazan. La Stasi, además, busca cazarle con las manos en la masa: un agente le propone un plan de huida ilegal. Lötzsch no pica. Se reúne en secreto con Rudi Altig (uno de los más grandes del ciclismo alemán) y le pide ayuda. Da un paso más: visita al corresponsal en el Este del Süddeutsche Zeitung, un periódico occidental, y le cuenta su historia. El 20 de julio de 1976, toda Alemania la lee.

La Stasi está furiosa. Una noche, la Policía Nacional (Volkspolizei) le detiene y le provoca. Él estalla. "Los ciudadanos de la RDA no tenemos derechos". Detenido y condenado por "repetido libelo de Estado", Lötzsch pasa 10 meses en una celda de la Stasi, ocho metros cuadrados, un cubículo sin ventanas. 400 flexiones diarias, 3.000 abdominales le mantienen en forma. Si se hubiera abandonado, si hubiera perdido la forma. Si hubiera renunciado a ser ciclista, habría logrado ser deportado. Pero en las condiciones en las que abandona la reclusión, fuerte como al entrar, la Stasi no se puede permitir que salga de la RDA. "¡Nunca saldrás de la RDA! ¡Nunca dejaremos que un renegado como tú gane medallas para el enemigo de clase!", le grita un funcionario de la prisión.

Es el otoño de 1977. Está en libertad. Lötzsch quiere correr de nuevo, pero la sombra de la Stasi no le abandona. Es un "enemigo del Estado" y merece vigilancia plena, detenciones constantes. "Hasta que un día, harto, decidí combatir al régimen con sus mismas armas", dice. Acepta afiliarse al partido, retira su petición de permiso para salir del país, finge haberse reformado. Sólo piensa en su objetivo: el gran regreso.

Su gran día le llega finalmente en 1983, a los 30 años. El sol quema. 128 corredores toman parte en la 77ª edición de la Vuelta a Berlín. Los mejores del país, el orgullo del régimen, los ciclistas modelo, Olaf Ludwig, Uwe Ampler, corredores soviéticos, polacos. Y Wolfgang Lötzsch. Solo. Sin equipo. Su única oportunidad es la fuga. Se escapa en el kilómetro 50. Una locura. Quedan 150 por delante. Contra todo pronóstico, como siempre, Lötzsch gana. Llega solo a la meta, aclamado por cientos de personas que han bajado a la carretera al oír de su fuga por la radio, con 8 minutos y medio sobre el pelotón. La Stasi se rinde definitivamente. "Lötzsch nos ha obligado a respetarle", admite el oficial que con más saña le persiguió.

Wolfgang Lötzsch quería que se conociera su historia, una historia de represión, vigilancia y espionaje común a la de miles, incontables, víctimas del régimen de la RDA. Por eso, para siempre, la bici será símbolo de libertad para él".

Wolfgang Lötzsch sólo conoció los detalles de su carrera destruida cuando tras la caída del muro pudo leer los documentos de la Operación Radio de bicicleta, una de las más amplias de los servicios secretos en el terreno deportivo, 2.000 páginas, una guerra contra un enemigo que no existió en realidad. Lo que descubre es más duro de tragar que cualquier suspensión: ninguno de sus amigos se salva. Todos le espiaron. "Fue un shock descubrirlo", dice Lötzsch. Ninguno de ellos, ninguna de esas personas, a las que aún sigue viendo a diario en Chemnitz, le ha pedido disculpas, le ha dado una explicación.

P.D: Treinta años después, Lötzsch pudo acudir al Giro, a las carreras con las que soñaba en su juventud. Lo hizo como mecánico de equipos ciclistas, del Milram, del Gerolsteiner. Pero esa época también se acabó. Ahora su vida es el pasado, es su taller de bicicletas, a las afueras de su ciudad de toda la vida, un local con una persiana metálica enrollable "de los tiempos del Este", decorado con pósteres de Induráin, Pantani, y con las coronas doradas de sus viejas victorias. Al que acude cada mañana en bicicleta, en una Eddy Merckx que le regaló el mismísimo caníbal a la caída del muro, cuando le contaron su historia.

2 comentarios:

  1. Pudo haber sido uno de los grandes deportistas de su país y uno de los mejores ciclistas de la historia.
    Pero "solo" logró convertirse en símbolo de la libertad y en uno de los ejemplos más impresionantes de pasión por el ciclismo y por la libertad.

    Los regímenes dictatoriales destrozan vidas, impiden que salgan a la luz hazañas y obras maestras.
    Pero siempre acaban cayendo porque las ganas de vivir en libertad puede con todo.

    Otro claro ejemplo de que el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor.
    Unos lo merecen todo, otros no merecen ni vivir.

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  2. Yo ya tengo un nuevo ídolo, y es alemán...

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