Gino Bartali murió en el año 2000 sin que nadie supiese su verdadera historia, la del corredor grandioso que dedicó dos años de su existencia a salvar la vida de ochocientos judíos. Para ello se valió de su bicicleta donde escondía la documentación necesaria para sacarlos de Italia. Y así, bajo la apariencia de simples entrenamientos, llevaba los papeles de un lado a otro. Nadie sospechaba en aquel momento de uno de los grandes mitos del deporte italiano, del hombre que había conseguido darle a Mussolini el Tour de Francia en 1938.
Gino Bartali escondió un secreto durante casi sesenta años. En el año 2000 se fue a la tumba con él y sólo un descubrimiento casual permitió conocer la dimensión humana dee uno de los grandes ciclistas del siglo XX. Bartali comenzó a correr gracias a que su padre le encontró trabajo en un taller de reparación de bicicletas. Su dueño, contento por el trabajo de Gino, le regaló una y le animó a que se entrenase. A partir de ahí las escarpadas carreteras de la región Toscana, fueron su espacio natural, el lugar en el que maduraron las piernas que rivalizarían con las de Coppi en el duelo que dividió Italia años después.
En 1938 cumplió con el sueño de Mussolini aventajando al segundo clasificado en más de veinte minutos. Cuando la carretera se empinaba, cuando el calor y el polvo secaban las gargantas Bartali no encontraba rival. Pero la II Guerra Mundial le dejó sin los años en los que se podría haber labrado un palmarés espectacular, cuando Coppi aún era un joven meritorio que corría a su lado.
Lo que nadie imaginaba es que en aquellos años oscuros Bartali, uno de los símbolos del Partido Nacional Fascista, era en realidad uno de los personajes claves de una organización dedicada a salvar la vida de los judíos italianos a los que los alemanes querían enviar a sus hornos crematorios. Nadie podía suponer que en el cuadro de su bicicleta o debajo de su sillín transportaba documentos y pasaportes destinados a los judíos que se escondían en algunos de los monasterios italianos.
En los conventos y monasterios la red organizada por Giorgio Nissim -con el apoyo de varios arzobispos- se dedicaba a elaborar los pasaportes destinados a salvar la vida de cientos de judíos y que Bartali transportaba jugándose la vida en aquellos viajes por las carreteras que conocía como nadie pero que le podían deparar una sorpresa desagradable en cualquier momento. Durante 1943 y 1944 el corredor toscano, el beato Bartali, se dedicó a esa misión sin que nadie le delatase. Acabó la guerra y aquellos entrenamientos kilómetros le sirvieron para que con 32 años pudiese ganar el Giro en 1946 y el Tour de Francia en 1948, con 34, en una demostración colosal en la montaña ya que se impuso en siete etapas de aquella edición.
Allí, en aquellos papelajos, se explicaban minuciosamente los viajes que hacía Bartali, los kilómetros que recorría, los papeles que escondía su bicicleta y, sobre todo, lo abnegado de su dedicación a la causa. Los Nissim contaron lo que su padre escribió y entonces empezó a cobrar sentido tanto entrenamiento en una época en la que costaba ver a un ciclista recorrer una carretera italiana. Los Nissim también contaron el dato más importante que escondía el diario de su padre: 800 judíos evitaron el viaje a algún campo de concentración de los alemanes gracias a las piernas de Gino Bartali.
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